Rahab escondió a los espías israelitas que fueron a Jericó. Para que no los atraparan, los descolgó por la ventana (porque su casa estaba sobre el muro de la ciudad). Como recompensa, prometieron que le perdonarían la vida a ella y a todos los que estuvieran en su casa, cuando vinieran a conquistar la ciudad. Pero ella debía atar el cordón rojo a la ventana para que los soldados reconocieran la casa. Su esperanza de vivir estaba en ese cordón rojo.
Nosotros merecíamos la muerte por nuestros pecados. Pero Jesús se entregó en nuestro lugar. Ese cordón de sangre que salió de su cuerpo malherido es nuestra esperanza de salvación. A diferencia de Rahab, no hicimos nada para merecer un trato especial, fue solo por gracia.