Antes de enfrentar la cruz, Jesús fue con sus discípulos al Monte de los Olivos, allí había un huerto llamado Getsemaní. Ese nombre es simbólico, porque en ese lugar se puso a orar con gran angustia. Cristo sabía lo que sucedería en pocas horas: la traición de Judas, los discípulos amados dispersados como ovejas sin pastor, su arresto como un delincuente, el juicio con testigos falsos, el desprecio, la ira, la burla, la corona de espinas, los clavos de la cruz… Pero sobre todo el peso de nuestro pecado, el terrible peso de los pecados de toda la humanidad, sobre sus hombros.
Para producir aceite, la oliva es machacada y luego se coloca en «bandejas» similares al fondo de un canasto. Estas se apilan en la prensa, donde la presión soportada hace que el líquido se escurra, obteniendo el aceite. El alma de Jesús fue sometida a una prensa. Cada dolor previsto, cada peso de pecado anticipado, lo aplastaba más y más. Eran lágrimas lo que se escurría. Y sudor ¡Tanto era el sufrimiento y el esfuerzo! La Biblia atestigua que: «estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.» (Lucas 22:44).
El Maestro no se escapó de la prensa, resistió firme. Sabía que había un propósito: «para esto he llegado a esta hora» (Juan 12:27b). Nos enseñó que llegarán momentos en la vida que tendremos que pasar por aflicción, pero no podemos abandonar todo. Tenemos que orar pidiendo fortaleza del Cielo, porque si el Padre que nos ama tanto lo permite, es necesario. Todo ese peso apretándonos de todos lados, producirá en nosotros un precioso aceite, símbolo de la unción del Espíritu Santo.
No temas pasar por la prensa. Dios estará allí contigo. Te dará fuerzas. Luego, saldrás brillante, ungido de aceite santo, cargado de renovada unción.