El labrador preparó el terreno y plantó una vid. La abonó, mató las malas hierbas, la regó. Vio como poco a poco fue creciendo, se gozó al ver que extendía sus ramas. La podó cuidadosamente. Todo eso hizo para que dé fruto.
La iglesia de Cristo somos la vid. Antes éramos una planta silvestre, pero nos injertó en la vid verdadera que es Jesús (Juan 15:1). Alimentados de su savia, tenemos vida y el poder para fructificar. ¡Cuántas veces nos creemos débiles, secos, sin nada para dar! Pero dentro nuestro está el Espíritu que dio vida a Jesús, levantándolo de los muertos (Romanos 8:11) ¡Hay vida abundante y hay poder sobrenatural corriendo por tus venas! ¡Déjalo correr, déjalo alcanzar a otros! ¡Da fruto! ¡Da más fruto! ¡Da mucho fruto!