Dios es bueno y misericordioso, pero también justo. No tolera a los tramposos, pero a los hijos obedientes los llena de favores.
No importa qué bajo caímos, cuántas personas defraudamos. Él está dispuesto a perdonarnos, si nos arrepentimos de veras y vamos a él con humildad. Pero los que esconden sus faltas no prosperarán, el Espíritu Santo sacará todo a luz. Tampoco tolera a los que piensan comprarlo, a los que ponen diezmos y ofrendas para recibir bendición, pero no quieren obedecer.
Dios recompensa a cada uno según sus obras. Si te acercas a él, él se va a acercar a ti (Santiago 4:8). Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). No te desanimes por los que parecen más cerca de la meta pero llevan una doble vida o predican un evangelio a medias. Sigue fiel, para que no te encuentres con la sorpresa de ser descalificado ¿De qué valen las riquezas, los aplausos y títulos si Jesús te dice: «No te conozco» y no te deja pasar?
Amar a Dios es la mejor elección, él no te va a defraudar. Con él llegas, sin ninguna duda, a la meta y te va a recompensar acá en la tierra y en la eternidad.