Caminar en un sendero con hielo es muy resbaladizo, incluso con calzado adecuado es muy probable caerse.
A veces nuestra vida se vuelve así. Se hace difícil avanzar porque es como si nuestro camino estuviese cubierto de hielo, nos cuesta mantenernos firmes. Pero incluso en esos momentos Dios no nos abandona. Él no nos reprocha por ser débiles, entiende nuestra situación. Unas veces, en cuanto clamamos a él, su Espíritu Santo derrite el hielo, el camino se despeja. Otras veces, la dificultad sigue ahí pero nos da su mano, nos sostiene. No tienes por qué seguir resbalando.
«Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» Hebreos 4:15-16