Ayer no pude ir a la iglesia ¡No saben lo que extrañé! Especialmente porque había Santa Cena. Estoy en cama. Los fuertes dolores del nervio ciático no me dejan ni cambiar de posición. Pero no estoy sola. La presencia del Espíritu Santo me conforta, me da paz. También gozo, porque sé que a Dios le duele hacer sufrir a sus hijos, si permite este proceso es porque es necesario. Tengo que desarrollar la paciencia, la confianza a pesar de las circunstancias y sobre todo la humildad. Si Dios suelta su mano soy como un trapo que no puede ni tenerse en pie.
Como no hay mucho que hacer, dedico más tiempo a orar, leer la Biblia y meditar. En esos momentos de comunión, el Señor me dio esta promesa. No es solo para mí, sino para toda su iglesia. El enemigo anda como un león rugiente. Quiere llenarnos de miedo, de impotencia, de duda. Si Dios le da permiso nos zarandea como a trigo, como hizo a Pedro (Lucas 22:31-32), toca nuestras finanzas o nos pone un aguijón de enfermedad en la carne (2 Corintios 12:7). Pero el Señor es bueno y justo ¡El Todopoderoso quebrará sus dientes! No hay nada que temer. Si, como yo, estás en un proceso, ten la seguridad que es pasajero. Cuando aprendamos lo que necesitamos, nos promocionará. Dios se hará cargo de derrotar a todos nuestros enemigos. Estos momentos de dolor vienen para limpiarnos, fortalecernos y darnos crecimiento espiritual, así estar preparados para recibir más del Señor. Después de la prueba, Pedro aprendió que no podía confiar en su valor, sino en Dios. Luego, al recibir el Espíritu Santo, Dios le dio un ministerio tan poderoso que su sombra sanaba a los enfermos ¡Qué hará Dios contigo! Seguro que algo maravilloso.